![]() |
Fernando Infante http://buenalectura.files.wordpress.com/2010/11/20090122-1080.jpg |
Haciendo honor a la conocida frase : “Nobleza Obliga”, me considero en el deber de iniciar mis palabras expresando mi gratitud a Eduardo Alvarez, por la distinción de entregarme su novela para que hiciera de ella su presentación ante ustedes, cuya presencia no solo significa un respaldo afectivo hacia el autor, sino también reconocimiento al valer de su intelecto que le ha llevado a desarrollar exitosamente distintas facetas en su vida, como lo son el periodismo, las relaciones públicas, la docencia.
Galopando de forma diestra en estas actividades, Eduardo también es un cultivador valioso de la palabra escrita como lo testimonia sus libros publicados y su compromiso con un diario vespertino en el cual escribe cada semana un artículo donde deja expuestas sus inquietudes sobre el acontecer nacional., siempre con una visión culta y reflexiva, lo que junto a lo anterior acrecienta su personalidad social.
“La buena familia de Fé Luna”, es el esfuerzo literario más reciente que en forma de novela nos ofrece ahora Eduardo Alvarez, y en este texto expone un trama que desde su comienzo surte el efecto a que aspira todo escritor: atrapar al lector; envolverlo en el argumento de la obra de manera ágil y cálidamente expresiva, todo lo cual encontramos en su novela, en cuya lectura nos hemos envuelto, felizmente, en estos agradables días decembrinos para poder exponer antes ustedes estas palabras de introducción
Una calurosa y húmeda mañana del mes de julio del último año del siglo pasado, Orlando Luna, el personaje principal de la novela y su alter ego, representado por su hermana Grecia, en recuento de la vida familiar comienza a recordar el dramático hecho ocurrido treinta años atrás a otro miembro de la familia: Su hermana menor Fé, cuando todos compartían niñez y juventud en la comunidad de Esperanza.
En la nostálgica memoria de Orlando van surgiendo claramente detalles de aquel pueblo de su infancia, aquella querencia con sus particularidades. Su casa enorme y sombreada que rezuma la placidez bucólica que presentaba el pueblo de Esperanza y su exuberancia rural por los cuatro ríos que corren en la cercanía de esta tierra donde se inicia la llanura del Cibao y que a la vez representa el portal de entrada a la región noroeste del país de contrastes geográficos y homogeneidad heroica en la historia nacional.
Los detalles de aquella cotidianidad en la vida de los Luna acuden al pensamiento de Orlando, con un fresco deleite, como si aquel mundo sobre el cual ha transcurrido todo el tiempo de una generación biológica no hubiese desaparecido y la hermosura que él describe con trazos emotivos, lleva al lector a pensar en que la obra que ahora nos entrega Eduardo, contiene retazos de su pasado, de una agradable niñez que los ofrece envueltos en la ficción literaria con una narración a veces teñida de tintes líricos que solo lo impulsan el sentimientos que surge de experiencias íntimas.
La casa grande, en la que fácilmente se podía jugar voleibol entre el comedor y la cocina; el patio; extenso y umbrío con aquellos árboles frutales enormes, testigos de la abundancia de esa tierra pródiga; la valla de tupidos arbustos de cayena; los dos jardines distribuidos alrededor de la casa y el olor que por las tardes la invade el aroma que despiden las azucenas y las rosas rojas y amarillas.
Aquel cálido mundo familiar en que los hermanos Luna, junto a sus padres, ven discurrir sus vidas, con una “candidez saludable”, según dice Orlando mientras desgrana sus remenbranzas con su otra personalidad que es Grecia. Así van surgiendo de su memoria en oleadas de nostalgia, la escuela de su infancia, los juegos que entonces les entretenían, los personajes estrafalarios que les divertían y daban colorido al pueblo, como lo era Ricardo; siempre descalzo, “harapiento y glotón de quien la gente se burlaba por su manera de comer con los dedos, chupándose las manos” . O el “timacle”, alcohólico impenitente quien no dejaba dormir al pueblo con sus escándalos si no le proveían de ron. O el poeta que gustaba de recitar la “Canción de otoño en primavera” de Darío: “Juventud Divino Tesoro, ¡Ya te vas para no volver/ Cuando quiero llorar no lloro/ Y a veces lloro sin querer.”; otras veces acudía al romanticismo de Bécquer.
De aquel pasado simple, Orlando memora con un dejo de melancolía las caminatas que hacían los domingos en el parque, y las conversaciones, saludos y risas que intercambiaban en los atardeceres mientras sentados al frente de la casa veían pasar por la calle personas conocidas.
En esa alternancia de evocaciones, Orlando, a través de su alter ego Grecia, habla de la madre, Leandra Lozano –Lea- quien a pesar de su sencillez gustaba hablar de “la realeza de los Lozano”, tal vez impulsada por un secreto anhelo de poder exhibir un ancestro de los tiempos heroicos en ese pueblo de Esperanza que vio nacer y crecer a los Lozano, y que sirve de puerta de entrada a la zona noroestana donde tantas batallas y revueltas y dejaron pródigas cosechas de héroes y caudillos.
Tal vez por eso, Lea trata de rescatar “una fantasiosa hidalguía” que le viene de esos tiempos y ella idealiza su bisabuelo Candelario Lozano y su encuentro con José Martí, como un “general restaurador” cuando en verdad no pasó de ser un humilde campesino que apenas usó la azada y el machete para el quehacer conuquero. y en cambio, su querencia solo produjo rústicos agricultores, con palos y azadas para la tierra que no lo cambiaron por el machete y la carabina libertadora.
Hay un personaje en esta cálida novela de Eduardo Alvarez que no podemos dejar de citar, como lo es esa muchacha lomera Milagros Ortega quien vive la casa desde que fue llevada allí muy niña a la cual Jorge, el hermano mayor, lo puso por mote “la infalible” y ella se convirtió en una madre sustituta para los niños y compañera de su madre en todos los quehaceres de la casa y compartir el gusto por la cocina y los innumerables platillos que juntas hacían.
Grecia, en sus recuerdos familiares con Orlando, recuerda las jocosidades de la infalible; su espíritu alegre y chispeante y las tardes en que se sentaba junto a los muchachos para contarles cuentos o bailar un remedo de danza oriental en la cual mostraba una gran facilidad para mover su vientre lo que hacía que los muchachos estallaran en sonoras carcajadas. Para Grecia, “la infalible” era el sol de la familia, el mismo sol que secaba la ropa lavada que ella tendía y que la purificaba con sus rayos desinfectantes.
Aquella plácida vida pueblerina en que discurre su familia Luna sufre un sacudimiento abrupto y trastornador a partir del 12 de diciembre de l962, cuando Fé, de apenas quince años desaparece de la casa sin dejar rastros que condujeran a ella. Y luego de quince días la encuentran inesperadamente en condiciones trágicamente deplorables.
La belleza de esta adolescente, su coqueta picardía; la sensualidad, que llevaba a los poetas del pueblo a llevarle continuas serenatas y hasta el cura párroco a apretarle los pezones, hicieron que muchos de los comentarios acerca de la extraña desaparición estuviesen sazonados con el sarcasmo y la morbosidad.
Orlando, que en aquella fecha de amarga recordación en la familia por las implicaciones que a partir de ahí marcarían a los Luna, apenas contaba con once años habla con Grecia, mientras le viene a la memoria aquel torrente de recuerdos angustiosos y todo el trastorno que perturbó al pueblo de Esperanza, cuando el tío Ramón, valiéndose de su influencia por su poder económico hizo que la policía, para encubrir un hecho que podría poner al descubierto una gran podredumbre moral en la familia Luna, condujera sus pesquisas hacia los menos sospechosos y desprotegidos socialmente de haber tenido que ver con la desaparición de la alegre y veleidosa Fé Luna; y en esos aplicara los métodos y prácticas que tenían el sello del abuso y la criminalidad como identificación en un sistema degradante de autoridad que se resistía a desaparecer.
Creo que mis referencias a algunos detalles descritos de manera tan hermosa por la cautivante prosa de Eduardo Alvarez deben terminar y dejar al lector que en su oportunidad se adentre en la lectura que proporciona esta novela, para que encuentre en los personajes que desfilan a través de sus páginas, destellos de la nostalgia del autor, porque, como dice en el epílogo de la obra, “esos testigos privilegiados nos permitieron adentrarnos y, en cierto modo, divagar detallada y ampliamente, sobe aquellas doradas décadas de los años 50 y 60. Esos años que representaron su niñez y formación adulta cuando surgieron tantos sueños y esperanzas al calor de aquellas expresiones de “Navidad con Libertad.”
Agradezcamos pues, a Eduardo por habernos ofrecido como exquisito regalo navideño esta novela “La Buena Familia de Fé Luna”, que muy bien podemos colocar en la categoría de historia novelada, porque, como él nos deja saber en el epílogo, en esta narración se presentan situaciones y personajes reales alternando en completa armonía descriptiva con las creaciones del autor y así lograr mayor riqueza expositiva y fluidez argumental,
Gracias Eduardo de nuevo; y Buenas Noches a todos. Y que el espíritu de la Navidad nos embargue a todos.
Santo Domingo,
20 de diciembre 2012
Museo de Arte Moderno