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José Alcántara Almánzar |
Por Moisés Muñiz
Por
defecto, al tratar de evaluar a las generaciones pasadas, las generaciones
presentes tienden a dos cosas: seguir o matar.
De ambas
opciones, es matar la que produce el verdadero crecimiento, la catarsis
creadora, ese rompimiento que genera nuevas tendencias, movimientos, o
simplemente, voces frescas. Pero este crimen purificador no es exclusivo del
arte, las víctimas y victimarios de este fenómeno evolutivo se encuentran
incluso en las más raras de las manifestaciones del saber. La religión es una
de ellas. Bien lo dice el maestro de Budismo Zen, Shunryu Suzuki, "Mata a
Budda si Budda existe en otra parte. Mátalo porque deberías asumir tu propia naturaleza
de Budda". Cierro la cita. Y es esta la única manera de alcanzar la
verdadera iluminación. Así como en el caso de los escritores, es la única
manera de decir algo que nunca se ha dicho.
Gracias
a este holocausto literario, conocemos hoy día los grandes movimientos y
corrientes de las letras universales. Por supuesto, este delito está
justificado y no es penado por la ley del conocimiento. Más que una muerte,
bien podríamos considerarlo como la resurrección de un escritor, un estilo o un
movimiento literario. Un nacimiento.
El
parricidio es otra cosa. Es matar por matar. Es proponer Mac Ondo (aunque
admiro muchos de los trabajos de Alberto Fuguet, escritor chileno que acuñó
este término) en lugar de Macondo, al que todos conocemos y admiramos. Eso no
pasa de ser un símil sin sentido, una típica escaramuza de la Generación X, a
la cual pertenezco, para llevar la contraria y generar controversia. No por
otra cosa conocemos los de esta generación, como "la Generación de la
apatía", una generación perdida en el limbo, entregada al rechazo de las
tradiciones generacionales, de símbolos como el nacionalismo, la familia y por
supuesto de las religiones. Aunque lo hayamos vivido todo, desde la T.V. en
blanco y negro hasta el Xbox, al parecer, no hemos podido superar todavía esa
incontrolable rebeldía sin causa y hasta conformista.
Una cosa
es negar al padre porque sí, porque no estamos de acuerdo con él, porque lo
queremos muerto, porque deseamos su herencia a la fuerza, y otra muy diferente
es negar al padre porque lo veneramos y queremos que trascienda, resucitándolo
en otra forma de conocimiento. Pero hoy no estamos aquí para establecer un
debate sobre temas generacionales o contiendas literarias. El objeto de nuestro
discurso es José Alcántara Almánzar y su "Viaje al otro mundo".
Ustedes se preguntarán entonces, por qué inicio la presentación con estas
sentencias a manera de axioma.
En
primer lugar, tenía que empezar con algo que llamara la atención de todos
ustedes. Y por supuesto, del autor citado. Siendo franco, desde el día en que,
para mi sorpresa, recibí la noticia de parte de José para presentar su libro,
he vivido una serie de sentimientos contrarios, singular combinación de
alegría, orgullo y satisfacción mezclada una gran dosis de terror, aprensión y
hasta paranoia. De hecho, una de esas noches, recuerdo haberme levantado
aparatosamente de mi cama, empapado de sudor y jadeando como un borrego antes
de ser sacrificado, con las incisivas imágenes de una recurrente pesadilla,
donde una audiencia muy parecida a la reunida en el día de hoy, se
desternillaba de la risa al ver cómo se me caían los pantalones, mientras leía
las palabras de presentación del libro de un famoso escritor, que aunque no
recuerdo bien su cara, me fulminaba con la mirada. Y en segundo lugar, porque
cuando inicié mi "Viaje al otro mundo", un libro del que apenas había
leído un par de cuentos en alguna tertulia literaria, no experimenté ninguna de
las dos sensaciones antes descritas al principio de mi intervención. Es decir,
no quise seguir pero mucho menos matar.
A pesar
de que tenía en mis manos un libro cuya primera edición se había realizado en
el año 1973, hace ya cuarenta años. A pesar de que José Alcántara Almánzar es
uno de los representantes más fieles de la generación de los setenta y yo, de
la generación de los ningunos, que nació precisamente a finales de los sesenta.
A pesar de que José, con su acostumbrada humildad y sencillez, me participó en
una de las conversaciones telefónicas que me había escogido, en parte, porque
para él era significativo dar oportunidad a la nueva generación de escritores
que opinaran sobre su obra. A pesar de que, como me dijo el propio autor de
"Callejón sin salida", "Testimonios y profanaciones",
"Las máscaras de la seducción", "La carne estremecida",
aparte de una interminable lista de ensayos, artículos literarios y
sociológicos, así como algunas de las más importantes y recurridas antologías
de cuento y poesía de nuestro país, él me dijo, quizás por la edad (yo diría
que por la lista de trabajos que acabo de mencionar), que podría ser
perfectamente mi padre. A pesar de todo eso, cuando me interné en el
"Viaje al otro mundo", no pude establecer ninguna diferencia
generacional, ninguna brecha, ninguna justificación que me obligara a seguir
o a matar. Es como si me hubiera leído a mí mismo.
Cuando
leí el primer cuento, "La muchacha que conocí en Guadalupe, sentí como si
hubiese sido yo ese estudiante de letras, afectado por un amor fantasma en la
vecina isla caribeña. Pero lo mismo me ocurrió con "Un domingo en la
playa". ¿A quién no le habrá pasado eso? un domingo cualquiera, en plena
adolescencia, en la playa o en una pista de baile, perdemos para siempre
nuestro primer amor. A mí por lo menos, me ocurrió una veintena de veces y con
diferentes amores. Pero si me hubiera tocado escribir algún cuento que
retratara las injusticias sociales y el abuso de poder en la época de Trujillo,
aunque al momento de mi nacimiento, hacía casi diez años el falso benefactor
había emprendido ya su viaje de regreso al centro de los avernos, hubiese sido
una yola de pescadores que navega sin tripulación "Rumbo al mar", o
quizás hubiese sido uno de los empleados chejovianamente desaparecidos de una
conocida y bien posicionada farmacéutica de la capital. Para no hablar de cómo
pudo retratar José Alcántara Almánzar en el cuento “Antes y después del
silencio”, mi desequilibrio mental luego de ser sometido a duras torturas por
manos del SIM, y mejor aún, mi "arma poderosa" y las fórmulas algebraicas
con las que estoy tratando de descifrar los misterios de la biblia, "…por
ejemplo, la fórmula de la ecuación cuadrática para leer los salmos de salomón y
el binomio de newton para el génesis y las ecuaciones de primer grado para el
éxodo y la tabla logarítmica para los evangelios y los índices de correlación
para el deuteronomio y los otros libros de moisés y así sucesivamente y me
causó mucha frustración no poder hallar nada más de lo que yo siempre había
visto en la biblia con mi nuevo sistema de fórmulas matemáticas y después fui
evangélico y rosacruz y masón y librepensador que es mi última
tendencia…". Perdónenme por el desliz mental, todavía a veces tengo estos
episodios obsesivo-compulsivos que no puedo controlar. Pero volviendo al tema y
finalizando la idea que quiero exponer, de haber sido un dominicano con el
sueño de viajar a Nueva York para escapar de la persecución política, hubiese
sido nadie más que el personaje de Bernardo, haciendo un "Viaje al otro
mundo".
A lo que
voy es, que al leer este volumen de cuentos de José Alcántara Almánzar, me
parece haberlo escrito yo, cuarenta años después, o quizás alguno de mis
compañeros del grupo Jueves Literarios de Sosúa, o por qué no, cualquiera de
mis panas del mundo de las letras de la capital, de San Francisco, de Moca, de
Santiago o San Cristóbal, de cualquiera de esos canchanchanes de mi edad, de mi
generación, tan distantes a la generación de los escritores de los setenta, y
que además, podrían ser al igual que yo, hijos de José.
El
concepto de lo urbano, lo íntimo, la historia del hombre y su psicología, que
como dice Miguel Ángel Fornerín fue iniciado por Ángel Rafael Lamarche allá por
los años cincuenta, y que en la actualidad constituye el sello que identifica
la literatura de los escritores de mi generación y otras posteriores, se
encuentra regado como un virus en el presente tomo de hace cuarenta años. Claro
está, siendo un joven de menos de treinta, las ideas revolucionarias bullendo
en su cabeza, con la "Carne estremecida" por los años vividos en la
dictadura, en estos cuentos, Alcántara Almánzar tampoco fue sordo al grito de
una nación maltratada y dolida.
Los
conceptos, el estilo, los recursos literarios, el experimentalismo y la
protesta, sólo para citar algunos de los elementos usados por Alcántara en esta
obra, los he visto en gran parte de los escritores de mi generación.
Por eso,
al leer la reedición de la obra que hoy presento, no he podido elegir entre seguir
o matar. No podría seguir, porque me convertiría en un ridículo seguidor
de mí mismo. Tampoco podría matar, porque sería suicidio y no querría pasar el
resto de la eternidad en un purgatorio abarrotado de escritores frustrados. Por
eso, luego de leer "Viaje al otro mundo", pensando en las palabras de
presentación que el autor me ha pedido gentilmente escriba para este acto, y
tratando de borrar de mi mente las oscuras y barrocas imágenes de la pesadilla
que les comenté, decidí que la mejor solución para poder concertar entre mis
sentimientos de alegría y paranoia, era precisamente compartir con ustedes esta
experiencia.
Mi conclusión sería la siguiente:
1- Imaginar que otro yo, con el nombre de José
Alcántara Almánzar, cuarenta años atrás en otra dimensión, ha escrito lo que mi
generación ha escrito hoy.
2- Asumir que este libro es una brillante
recopilación de cuentos, capaz de cautivar a cualquier lector de ahora o de los
años en que fue publicado.
3- Corroborar el planteamiento de Nívea de
Lourdes Torres, de Marcio Veloz Maggiolo y Bruno Rosario Candelier, entre
otros, cuando afirman que el autor de este libro está llamado a ocupar un
sitial al lado de Juan Bosch, Hilma Contreras y Virgilio Díaz Grullón.
4- Entender que al iniciar mi "Viaje al
otro mundo", lo único que he hecho es emprender un viaje hacia mí mismo.
5- Aunque suene
a esoterismo barato, no puedo aceptar el hecho que me planteó José Alcántara
Almánzar, cuando se refería al asunto de que bien pudiera ser mi padre. Y no
puedo, porque en el plano literario, como ustedes habrán podido colegir, a
juzgar por lo avanzado de su discurso narrativo, lo visionario de sus textos y
lo actual de su voz, habiendo escrito este libro cuarenta años atrás, él soy
yo, y yo soy él, lo que significa, en términos ficcionados, que somos la misma
persona y tenemos la misma edad, por consecuencia, biológicamente imposible que
pueda ser mi padre.
Y en términos de la realidad que vivimos en estos
precisos momentos, no puedo aceptar que él sea mi padre, porque físicamente
está muy bien conservado y de fotografiarnos uno al lado del otro, como posiblemente
ocurrirá en algunos instantes, parecería como mucho, mi hermano.
Gracias,
bro, en el mejor de los términos, por darme la oportunidad de hacer este
"Viaje al otro mundo".