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sábado, 22 de diciembre de 2012

Presentación de Fernando Infante a la novela "La buena familia de Fe Luna" del autor Eduardo Álvarez

Fernando Infante
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Haciendo honor a la conocida frase : “Nobleza Obliga”, me considero en el deber de iniciar mis palabras  expresando   mi  gratitud a Eduardo Alvarez,  por la distinción de entregarme su novela para que hiciera de ella su presentación ante ustedes, cuya presencia no solo significa un respaldo afectivo hacia el autor, sino también reconocimiento al valer de su intelecto que le ha llevado a desarrollar exitosamente  distintas facetas en su  vida, como lo son  el periodismo, las relaciones públicas, la docencia.
Galopando de forma diestra en estas actividades, Eduardo también es un cultivador valioso de la palabra escrita como lo testimonia sus libros publicados y su compromiso con un diario vespertino en el cual escribe  cada semana un artículo donde deja expuestas  sus inquietudes  sobre el acontecer nacional., siempre con una visión culta y   reflexiva, lo que junto a lo anterior   acrecienta  su personalidad social.
“La buena familia de Fé Luna”,  es  el esfuerzo literario más reciente que   en forma de novela nos ofrece ahora  Eduardo Alvarez, y en este texto  expone  un trama que  desde su comienzo  surte el efecto a que  aspira todo escritor:   atrapar al lector; envolverlo  en el argumento de la obra de manera ágil y cálidamente expresiva, todo lo cual encontramos en su novela, en cuya lectura nos hemos envuelto, felizmente, en estos agradables días decembrinos para poder exponer antes ustedes estas palabras de introducción




 
Una calurosa y húmeda mañana   del mes de julio del último año del siglo pasado, Orlando Luna, el personaje principal de la novela y su alter ego, representado por su hermana Grecia, en recuento de la vida familiar comienza a recordar el dramático hecho ocurrido treinta años atrás a otro miembro de la familia: Su hermana menor Fé, cuando todos compartían niñez y juventud en la comunidad de Esperanza.
En la nostálgica memoria  de Orlando van surgiendo claramente  detalles de aquel pueblo de su infancia, aquella querencia  con sus particularidades. Su casa enorme y sombreada  que rezuma la placidez bucólica que  presentaba el pueblo de Esperanza y su exuberancia rural    por   los cuatro ríos que corren en  la  cercanía de esta tierra donde se inicia la llanura del Cibao y que a la vez representa el portal de entrada a la región noroeste del país de contrastes geográficos  y homogeneidad  heroica en la historia nacional.
 Los detalles de aquella cotidianidad en la vida de los Luna acuden al pensamiento   de Orlando,   con un  fresco deleite,  como si aquel mundo sobre el cual ha transcurrido todo el tiempo de una generación biológica no hubiese desaparecido y la  hermosura que él describe con trazos emotivos,   lleva al lector a pensar en que  la  obra  que  ahora nos entrega  Eduardo,  contiene retazos de su pasado, de  una agradable  niñez que  los ofrece  envueltos en la ficción literaria  con una  narración  a veces teñida de  tintes líricos que solo lo impulsan el sentimientos que surge de experiencias íntimas.
La casa grande, en la que fácilmente se podía jugar voleibol entre el comedor y la cocina;  el patio;  extenso y  umbrío  con aquellos árboles frutales enormes,  testigos de la abundancia de esa  tierra pródiga; la valla de  tupidos arbustos de cayena; los dos jardines distribuidos  alrededor de la casa y el olor que por las tardes la invade   el aroma que despiden  las azucenas y las rosas rojas y amarillas.




Aquel cálido mundo familiar en que los  hermanos Luna, junto a sus padres, ven   discurrir sus vidas, con una “candidez saludable”, según dice Orlando mientras desgrana sus remenbranzas con su otra personalidad que es Grecia. Así  van surgiendo  de su memoria en oleadas de nostalgia, la escuela de su infancia, los juegos que entonces les entretenían, los personajes estrafalarios que les divertían y daban colorido al pueblo, como lo era Ricardo; siempre descalzo, “harapiento y glotón de quien la gente se burlaba por su manera de comer con los dedos, chupándose las manos”  . O el “timacle”, alcohólico impenitente  quien no dejaba dormir al pueblo con sus escándalos si no le proveían de ron. O el poeta que gustaba de recitar la “Canción de otoño en primavera” de Darío: “Juventud Divino Tesoro, ¡Ya te vas para no volver/ Cuando quiero llorar no lloro/ Y a veces lloro sin querer.”; otras veces acudía al romanticismo de Bécquer.
De aquel pasado simple, Orlando memora  con un dejo de melancolía  las  caminatas que hacían los domingos en el parque,  y  las  conversaciones,  saludos y risas que intercambiaban en los atardeceres mientras sentados al frente de la casa veían pasar por la calle personas conocidas.
En esa alternancia  de evocaciones,  Orlando, a través de  su alter ego Grecia,   habla de la madre, Leandra Lozano –Lea-  quien a pesar de su sencillez gustaba  hablar de “la realeza de los Lozano”, tal vez  impulsada por un secreto anhelo de poder exhibir un ancestro de los tiempos heroicos en ese pueblo  de Esperanza que vio nacer y crecer a los Lozano, y que sirve de puerta de entrada a la zona noroestana  donde tantas  batallas y revueltas  y dejaron  pródigas  cosechas de héroes y caudillos.
 Tal vez por eso, Lea trata de rescatar “una fantasiosa hidalguía” que le viene de esos tiempos  y  ella idealiza  su bisabuelo Candelario Lozano y su encuentro con José Martí,  como un “general  restaurador” cuando en verdad no pasó de ser un humilde campesino que apenas usó la azada y el machete para el quehacer conuquero. y en cambio, su querencia solo produjo rústicos agricultores, con palos y azadas para la tierra que  no lo cambiaron por el machete y  la carabina libertadora.
Hay un personaje en esta cálida novela de Eduardo Alvarez que no podemos dejar de citar, como lo es  esa muchacha lomera Milagros Ortega quien vive la casa desde que  fue llevada allí muy niña a la cual Jorge, el hermano mayor,  lo puso por mote “la  infalible” y ella se convirtió en una madre sustituta para los niños y compañera de su madre en todos los quehaceres de la casa y compartir el gusto por la cocina y los innumerables platillos  que juntas hacían.
Grecia, en sus recuerdos familiares con Orlando, recuerda  las jocosidades de la infalible; su espíritu alegre y chispeante y las tardes  en que se sentaba junto a los muchachos para contarles cuentos o bailar un remedo de danza oriental en la cual  mostraba una gran facilidad para mover su vientre lo que hacía que los muchachos estallaran en sonoras carcajadas. Para Grecia, “la infalible”  era el  sol de la familia, el mismo sol  que secaba la ropa lavada que ella tendía y que  la purificaba con sus rayos desinfectantes.

Aquella plácida vida pueblerina en que discurre su   familia Luna sufre un sacudimiento abrupto y trastornador a partir del 12 de diciembre de l962, cuando Fé,  de apenas quince años desaparece de la casa sin dejar rastros que condujeran a ella. Y luego de quince días  la encuentran inesperadamente  en condiciones trágicamente deplorables.
La belleza de esta adolescente, su coqueta picardía; la sensualidad, que llevaba a los poetas del pueblo a llevarle continuas serenatas y hasta el cura párroco a apretarle los pezones, hicieron que  muchos de  los comentarios acerca de la extraña desaparición estuviesen  sazonados  con el sarcasmo y la morbosidad.
Orlando, que en aquella fecha de amarga recordación en la familia por las implicaciones que a partir de ahí marcarían  a los  Luna,  apenas  contaba con once años  habla con Grecia, mientras  le viene a la memoria   aquel torrente de recuerdos angustiosos y  todo el trastorno  que perturbó al pueblo de Esperanza, cuando el tío Ramón, valiéndose de su influencia por su poder económico hizo que la policía, para encubrir  un hecho que podría poner al descubierto una  gran podredumbre moral en la familia Luna, condujera    sus pesquisas  hacia   los menos sospechosos  y desprotegidos socialmente de haber tenido que ver con la desaparición de la alegre y veleidosa Fé Luna; y en esos aplicara los métodos y prácticas que  tenían  el sello del abuso y la criminalidad como  identificación en un sistema  degradante de autoridad  que se resistía a desaparecer.
Creo que mis referencias a algunos detalles descritos de manera tan hermosa por la cautivante prosa de Eduardo Alvarez deben terminar y dejar al lector que en su oportunidad se adentre en la lectura que proporciona esta novela, para que encuentre en  los personajes  que desfilan a través de sus páginas,    destellos de la  nostalgia del autor, porque,  como dice  en el epílogo de la obra, “esos testigos privilegiados nos permitieron  adentrarnos y, en cierto modo, divagar detallada y ampliamente, sobe aquellas doradas décadas de los años 50 y 60. Esos  años  que representaron  su niñez y formación adulta cuando surgieron tantos sueños y esperanzas al calor de aquellas expresiones  de “Navidad con Libertad.”
Agradezcamos pues, a Eduardo  por habernos ofrecido como exquisito regalo navideño esta novela “La Buena Familia de Fé Luna”,  que muy bien podemos colocar en la categoría de historia novelada, porque, como  él nos deja saber  en el epílogo,  en esta narración se presentan situaciones y personajes reales  alternando  en completa armonía descriptiva con las creaciones del autor y así lograr mayor riqueza expositiva y   fluidez argumental,
Gracias  Eduardo de nuevo;   y Buenas Noches a todos. Y que el espíritu de la Navidad nos embargue a todos.

Santo Domingo,
20 de diciembre 2012
Museo de Arte Moderno

domingo, 23 de septiembre de 2012

EN TORNO A “APOLOGÍA DE LAS PALABRAS”




René Rodríguez Soriano entrevista a Juan Carlos Mieses


Ya lo he dicho con sobrada recurrencia: me gustan, me seducen, me sacuden, me enternecen y destornillan las palabras; soy débil por ellas. Sobre todo por su tableteo o el rítmico bailoteo con el que brotan del teclado o de los escaparates y botellas al mar. Juan Carlos Mieses lo sabe. Las manipula. Arteramente, con alevosía y asechanza, las articula y las echa a andar como luciérnagas o como dardos. Flechas veloces, encendidas. Cuneiformes, voraces, seductoras y cáusticas. Cautas y atrevidas. Palabras como agua, fuego, luz, resistencia y andar. Caminos y aguaceros.

Desde hace mucho tiempo a Juan Carlos y a mí nos unía la distancia que media entre un mail, un aeropuerto o una ciudad llena de gente, medios de locomoción, algunas mercaderías —lecturas incluidas, por supuesto— y algún cierto color de oscura geografía. Más de una vez planeamos un encuentro, lejos del mar, de nuestro azul, que nunca fue posible. Pero las palabras seguían ahí; nos seguían. Nos brotaban y nos unían. Hasta que, hará un par de años, sobre el mar y la distancia, lanzamos una cuerda y mediante ella iniciamos este diálogo que ahora se aviva más con la salida de su nuevo libro que, precisamente titula Apología de las palabras y otras variaciones (Centenario, 2012); 139 páginas “que se nos parecen tanto y que como nosotros huelen a lluvia y a horas podridas…”

Viniendo de las aguas del poema, donde ha domeñado con destreza y argucia la lengua y el lenguaje, pasando por la novela y el relato, Juan Carlos Mieses nos asedia ahora desde las estancias del ensayo, para hacernos reposar y rebosar en las orillas de sus reflexiones y disensiones. De Aristóteles a Avilés Blonda o desde Santa Cruz del Seybo al puerto de Sunda Kelapa, las palabras de Juan Carlos nos atan a las páginas de un libro que nos invita y conmina a leer más, querer más. Al terminar la lectura de esta Apología de las palabras, no resistí la tentación de abordarlo con estas preguntas:

—¿En qué tramo del río o de la “nada” del sueño con San Agustín se encuentra Juan Carlos Mieses al concluir la última línea de «Apología de las palabras»?

—Sería vano pensar que la escritura de un libro de reflexiones me permita acceder a alguna dimensión de sabiduría o vislumbrar alguna verdad trascendental a posteriori. Al concluir estos ensayos me encuentro, como todos, con más preguntas que respuestas y es natural que sea así pues la complejidad del universo del que somos parte sobrepasa infinitamente nuestra capacidad de comprensión y hasta de simple aprehensión. Soy parte de ese río que nace y muere a cada instante, como todos.

—A propósito de palabras, ¿qué con ellas, de qué se componen? ¿Para qué y por que son útiles o inútiles a la persona que escribe libros?

—Las palabras están más allá de la noción de utilidad. Lo son todo en el mundo del escritor. Ese extraordinario instrumento de conceptualización que es la lengua y que se expresa en palabras, nos lleva en cada aventura espiritual a un punto desde donde redescubrimos nuestra modestia y nuestra pequeñez y nos ayuda a comprender la vida más que mostrarla, a vivirla más que a explicarla como si el destino de los hombres fuera morder sin cesar la fruta prohibida que nos exilia del Edén, a cambio del libre albedrío, y de la terrible responsabilidad del bien y del mal.

—Y de retorno al río y al retorno, ¿después de tanto tiempo de vivir lejos del terruño y regresar, siente JCM sensación parecida a la del personaje de «Las palomas de la guerra»?

—Si algo he aprendido en mis viajes es que el retorno es incesante; la nostalgia nos vence finalmente porque todo lo que somos se encuentra en un pasado que es tan frágil como un sueño y como un sueño, indestructible. Es aterrador y embriagante constatar cómo el ayer se desdibuja ante nuestros ojos, cómo se resquebraja la realidad, cómo se extingue el mundo conocido y es remplazado por otro que luce ser el mismo y sentir que morimos en las cosas que nos rodean y no saber si renacemos en otras.

—Mar, camino, flecha, río, Heráclito, Mieses Burgos, humanidad… ¿qué tiene que ver todo esto con el acto de leer, con el poema?

—Todo. Mar, camino, flecha, río, Heráclito, Mieses Burgos, humanidad… La lengua los ha unido. Si hablamos de ellos es porque viven en las palabras, en nosotros. Con las palabras tendemos una mano al vacío esperando que alguien las tome. Así como respiramos un aire común, así nos unen la lengua y las ideas. En ellas crecemos, con ellas recreamos el pasado y soñamos el porvenir. Escribir y leer son dos momentos en la vida de una palabra, de una mirada, de un sueño.

—Luego de transitar con pie firme amplios senderos del poema y el relato, ¿cómo te sientes en los territorios de la novela y del ensayo?

—René, soy, como tú has dicho de ti mismo, un escritor… degenerado. Los géneros se nos van imponiendo, como piezas que exigen una herramienta; así como un tornillo reclama un destornillador y un clavo un martillo, una historia larga y compleja necesita una novela o simplemente a Homero.

—¿En cuales aguas te sientes más pez?

—En mi caso, el placer de escribir es efímero y raro, la angustia es lo común. Sabemos que estamos de paso decía Brecht y la escritura me lo recuerda a cada párrafo, pues lo que escribo es la vida. La vida de los peces no es tranquila, las aguas están llenas de depredadores y de abismos.

—Además del antes y el ahora, a través de los símbolos flecha, mar, río y demás, nos planteas un recorrido por la identidad del ser dominicano. A tu juicio, ¿qué nos asemeja y nos diferencia de nuestros vecinos de la parte occidental de la isla, y de los de las islas adyacentes?

—Lo que separa a los hombres es lo mismo que nos hace iguales, pero enlodado por la desconfianza o el miedo. La igualdad de los hombres no es un mito del Bill of rights o de La déclaration des droits de l’homme. El azar de las circunstancias nos hace parecer diferentes y sin duda limita nuestras posibilidades de crecimiento y de realización personales, pero sólo los necios o los villanos pueden creer que la miseria y el color de la piel determinan la humanidad de unos u otros.

—Si bien del negro y del español se pueden presentir ecos y rastros delante, detrás y más allá de las orejas… del taíno, del caribe y otros antiguos pobladores del área ¿qué nos queda?

—Temo y créeme que lo lamento, que los tainos no nos hayan dejado en herencia el sentido de pertenencia a la tierra. Recuerdo que en Bali, último reducto del imperio Majapahit, los habitantes cultivan los arrozales con respeto y devoción porque saben que acarician con sus manos y sus arados la piel de Dewi Sri. ¿Cómo no tratar con respeto a una diosa que les permite cultivar el arroz sobre su hermoso cuerpo? Quizá el hecho de que en esta isla todos seamos extranjeros (ya que estamos en ella desde hace apenas unos pocos siglos) haya contribuido a que veamos a la naturaleza como algo ajeno a nosotros, algo que no nos pertenece realmente. Esa visión puede ser un obstáculo para nuestra supervivencia a largo plazo. Hay que saber mirar el porvenir para hacerlo posible.

—Y de retorno a las palabras, ¿a qué te suenan palabras como éstas: bárbaro, constitución, pedazo de papel, areito del cimú, oda al cazabí, perro mudo o la jutía?

—A lo que somos como producto de las épocas y los azares: un resumen de prejuicios y de ideales. La historia de cualquier nación, de cualquier sociedad se puede rastrear en la expresión de sus ansias, de sus terrores y de sus confusiones; también en sus anhelos de justicia y en sus sueños de amor y de esperanza.

—¿Cómo ves el panorama de la literatura dominicana después de tu regreso?

—De la literatura dominicana hay mucho que decir. La isla actúa como prisión y refugio al mismo tiempo, por lo que abunda la inocencia y la perversión. La mundialización se traduce como un manzano tentador y el conocimiento como una maldición, porque el hombre no se puede entender ni se puede definir por sí solo ya que somos yo y somos nosotros al mismo tiempo. La sociedad nos modela y nos limita. A pesar de un medio literario infectado con el virus de la ambición de riqueza, de poder y de renombre, subsiste un grupo importante de literatos y de escritores verdaderos que admiro y respeto. En otros, el impudor tiene cartas de nobleza y el oportunismo es visto como una astucia inteligente. Me dirás que de todas se puede decir lo mismo. Solo que lo mismo nunca es igual. Las circunstancias son siempre únicas.

—Tú, viajante impenitente, hoy de retorno a tu tierra, ¿cómo te avienes con los códigos con los que se manejan escritores, promotores, autoridades y advenedizos en el ambiente literario del país?

—Observo el circo y el facilismo que se ha expandido y eso me apena. Sería injusto no reconocer méritos y los esfuerzos, independientemente de las intenciones perversas de algunos. Pero hay que recordar que la erudición no siempre lleva a la sabiduría, el talento a la virtud o la inteligencia a la probidad. Recuerdo que mi padre decía que no se debe admirar a un hombre por su inteligencia o sus conocimientos sino por la ética de sus actos.

—¿Crees que existe una diferencia marcada entre lo que escribe un escritor que resida en el país y otro que viva en el exterior?

—Sin duda el entorno influye en nuestra escritura y nuestra vida; la visión cambia y la reflexión sigue caminos diferentes; pero nunca estaremos seguros de si lo que escribe un hombre hubiera sido diferente de haber vivido en otro lugar. ¿Hubiera Borges sido Borges de no haber salido nunca de Argentina? No lo sé.

—¿Cuál es la verdadera patria de un escritor? ¿Crees que sea cierto aquello de que el escritor es un lujo del país y por lo tanto debe ser subvencionado por el Estado?

—El problema de la palabra lujo en nuestro país es que para muchos es sinónimo de inútil… y de hecho el trato que recibimos la mayoría de los escritores es casi siempre el que se reserva a los marginados, a los bufones y a los iluminados. Te adulan pero no te pagan, te hacen cumplidos halagadores pero no te respetan. Los diarios se hacen rogar para publicar tus ideas como si te hicieran un gran favor, muchos editores te ven como un pordiosero y el Estado, a veces, como un áulico útil para escribir discursos y decorar las declaraciones oficiales.

domingo, 24 de junio de 2012

Cuarenta y ocho libros de Editorial Santuario

Un artículo de Pedro Conde Sturla.
(Publicado en el diario El Caribe el 24 de junio del 2012)

[Cuarenta y ocho libros, cuarenta y ocho nuevos títulos de edad ha cumplido recientemente la Editorial Santuario (El hogar del escritor dominicano), y la verdad es que es mucho cumplir y mucho publicar en un medio cultural tan agropecuario y hostil como el nuestro, tan indiferente en general a la producción literaria de los escritores del patio.

El autor de tan feliz iniciativa (aparte de una cara de buena gente que no hay quien se la despinte), tiene por nombre Isael, un nombre bíblico que al parecer significa “El llevado por Dios”. Pero Isael Pérez, no aprendió a multiplicar peces, sino libros, que es otra forma de alimentar a los hambrientos. Multiplica y se multiplica como Gerente General de Editorial Santuario, edita, coedita y distribuye libros en las principales librerías del país, en las más codiciadas de Puerto Rico, y en algunas de Usamérica, y los promociona personalmente en varias de las más prestigiosas Ferias del libro del mundo, incluyendo las de México, España y Alemania. Es un hombre orquesta. Desde luego no le voy a preguntar cómo lo hace.

El pasado lunes 18 de junio a las 6:00 p.m. se realizó en el Salón Pedro Mir delibrería Cuesta el acto de presentación de los cuarenta y ocho nuevos libros, y las palabras mayores, la presentación en sí, estuvieron a cargo de Juan Carlos Mieses, uno de los más finos narradores de la literatura dominicana que integran  el catálogo de Isael Santuario. A Juan Carlos Mieses dejo, pues, con infinita envidia, la palabra. PCS]

Cuarenta y ocho libros


Cuarenta y ocho libros.Como si dijéramos cuarenta y ocho grandes y pequeños sueños realizados al final de un esfuerzo hecho de vivencias, de reflexión, de disciplina, de coraje, de trabajo  y de sacrificios.  Cuarenta y ocho libros en los que, de una manera o de otra, se expone nuestra intimidad y  nuestras estructuras conceptuales, nuestra imaginación y nuestra memoria, nuestro quehacer cotidiano y nuestra visión creadora y trascendente.

Si la puesta en circulación de un libro es  relativamente sencilla, puesto que lidiamos con un título, una lengua, un género, un autor, un tema, un narrador  y un estilo, la puesta en circulación de cuarenta y ocho libros se convierte en una misión imposible. Pero si no podemos hablar de cada libro en particular, podemos hacerlo de lo que tienen en común; aparte de la lengua, por supuesto. No es el género, ni el tema, ni el título, ni el autor… ya lo habrán adivinado: es Isaél Pérez y la Editorial Santuario. Santuario es un nombre más que adecuado. Denota, entre otras cosas, un templo en que se venera un tesoro de objetos preciosos. En este caso el tesoro está hecho de palabras, de aspiraciones, de intuiciones, de ilusiones, de dolor  individual y colectivo; en fin, todos esos elementos que componen nuestros libros.

Hasta la llegada de Isael Pérez al territorio de la edición, una buena parte de los escritores dominicanos teníamos la impresión de ser pordioseros con nuestras pequeñas páginas manuscritas, abiertas como manos hambrientas de lectores, tendidas hacia la consideración de unas cuantas casas editoriales. maestros o aprendices, en mayor o menor medida, éramos fáciles víctimas de la humillación, del sarcasmo o de esa  sutil indiferencia quees peor que el  desprecio, de parte  de las editoriales que lucían como altos castillos inexpugnables, imposibles deser conquistados por un pobre ejército de escritores desunidos y sin liderazgo (puesto que en el ejército de las Letras cada soldado se siente ser un general); así que sólo nos quedaba vagar entre las candilejas de la ciudad como nuevos personajes de Pirandello en busca de un editor, con nuestros sueños como única riqueza y nuestra fe en nosotros mismos como único aliento.

Pero he aquí que un día llega este caballero andante desde el oriente – tierra de jazmines, según Rubén Darío – con una sonrisa imborrable en lugar de armadura, un optimismo a toda prueba en lugar de adarga y un corazón enorme en lugar de estandarte. No necesitó ni un azor ni un caballo con alas para liberar a los escritores del yugo de elitismo y de marginación que los oprimía y en pocos meses se convirtió en el más productivo, el más dinámico y el más accesible de los editores. Ahora bien, los franceses tienen un dicho impregnado de sabiduría popular, es decir, que ha pasado la prueba del tiempo y de las culturas y que dice: cherchez la femme; busquen a la mujer que está detrás del éxito de cada hombre. En este caso la búsqueda es sencilla: se llama Oneida y se apellida Gonzales como aquel Don Fernán que según la leyenda liberó al reino de Castilla, gracias a un caballo y a un azor.

La hazaña de este caballero andante, este hidalgo de la humildad como lo describe Francisco García, marcó el inicio de la democratización del libro dominicano y sus primeros pasos – tímidos e inseguros, es cierto – por el sendero de la mundialización. Sin duda por esa abertura nos hemos colado algunos como yo con nuestros libros imperfectos, nuestras propuestas a veces emocionales y nuestras ilusiones no siempre grandiosas… Pero, ¿no es así también la vida, esa ola de carne dolorosa y breve que desde la carroña nos empuja hacia las estrellas? La vida, no la bella abstracción de algunos poetas, sino la cotidiana, la sudorosa, la que tiene cédula y serie, la real,la dura, la martirizada, la de aquí y la de ahora, la que late en nosotros con la misma fuerza y la misma angustia que en nuestros lectores.

Esta noche celebramos la labor y el triunfo de una casa editorial. Su éxito representa el primer paso hacia el nuestro. Sólo que el nuestro nunca deja de ser ambiguo, inseguro, inconstante e inasible, porque el escritor no comparte el éxito fastuoso de las élites financieras,  ni el sensual y centelleante de las estrellas de cine, ni el esforzado y excepcional de los atletas, pero tampoco el muchas veces espurio, inquietante y opaco de los políticos, ni el drástico y cruento de los guerreros.

El éxito de un escritor no  sólo consiste en ser editado, en serleído, en ser premiado, en ser aplaudido, en ser reseñado; tampoco en ser celebrado por un gurú de algún movimiento literario (de esos que tanto gustan en las provincias), ni en ser incluido en alguna antología por algún grupo de poder, de esos que conspiran en las penumbras en busca de laureles y construyen sus propios templos para venerar sus vanidades y sus egos hambrientos de inmediatez y olvidan que los escritores somos criaturas hechas de tiempo y deesperanza, y que nuestras palabras son armas cargadas de futuro como nos vocea Gabriel Celaya desde su tumba. Olvidan que el último y definitivo juez de nuestros esfuerzos y de nuestras obras nos espera en el porvenir, y que nuestra lucha se sitúa en nuestro corazón y en nuestro espíritu, porque aunque estemos en paz con el mundo, siempre, junto a Machado, estamos en guerra con nuestras entrañas. Olvidan que nuestros enemigos no son nuestros colegas sino nuestros prejuicios, nuestra cobardía, nuestra ceguera o nuestra tendencia natural a buscar las soluciones fáciles.

Esta noche, dejemos de lado todo envanecimiento inoportuno; moderemos nuestro orgullo aunque esté justificado por la realización de un proyecto; olvidemos nuestras pequeñas presunciones de una gloria improbable que Tomás de Kempis ya sabía pasajera y unámonos en un abrazo común en torno a nuestra casa editorial, y en torno al hombre y a la mujer que la han edificado. (Juan Carlos Mieses).

lunes, 18 de junio de 2012

Cuentos para mis nietos


Si quieres inculcarle a tus pequeños el valorar y respeto al medioambiente y la naturaleza en una forma divertida, María Mancebo te ofrece la herramienta perfecta a través de la primera edición de su libro “Cuentos para mis nietos”.

La obra es una recopilación de cinco tiernas historias ilustradas, con un factor común en la naturaleza misma que es el bosque, en los que Mancebo lleva a los niños, con sus narraciones a un interesante e inolvidable recorrido, mostrándole los niveles de convivencia entre animalitos y el entorno, en el que deja en evidencia el apego a valores tan importantes para la humanidad tales como: La Obediencia, El Respecto, El Amor y La Amistad.

En palabras de la propia autora ¨este libro responde a una preocupación por la falta de publicaciones infantiles adaptadas a la cultura dominicana¨.



Cada cuento consta de un vocabulario o glosario donde se explica el significado de las palabras claves, y una reflexión para motivar la meditación sobre las enseñanzas del libro.

El libro está dirigido a niños de tres años en adelante, aunque la calidad ilustrativa de sus imágenes es apta para niños menores, ya que complementan y fijan el aprendizaje en los chiquitos además son muy precisas y sus divertidas historias los irán sumergiendo en el fascinante mundo de la lectura.

“Cuentos para mis nietos” fue publicado por Editorial Santuario y se puede adquirir en Librería Cuesta por un costo de 300 pesos.

Esta es la primera publicación de la autora, que posee otros libros inéditos para niños,.

María Mancebo estudió Pedagogía, Letras y Administración Educativa, y se ha desempeñado como educadora desde 1979. Inició esta labor en el Centro Especializado de Enseñanza (ahora llamado El Buen Pastor) y desde 2002 dirige su propio colegio, llamado Centro Educativo Mundo Infantil.

lunes, 11 de junio de 2012

María Montez, leyenda cinematográfica.



Presentación del libro María Montez, mujer y estrella

Néstor Medrano

El libro que hoy estamos presentando en este escenario de tanto prestigio, es más que una biografía fría o de una serie de enunciados sobre las vicisitudes, glorias, anhelos y fracasos, es una evocación sobre una de las dominicanas de mayor relevancia que ha tenido nuestra historia. Hablar de María Montez es evocar, es reflexionar sobre una época, sobre unos sueños y sobre unos anhelos que permiten entrever que la vehemencia, el esfuerzo y el trabajo firme en pos de un objetivo, pueden dejar de ser un sueño y convertirse en una gran realidad.
Pablo Clase Hijo nos revela en esta segunda edición de su libro “María Montez, mujer y estrella, de la mano de Editorial Santuario, que en esa mujer, natural de Barahona, se expresarían condiciones que no solo enaltecerían a su Patria, sino a la mujer como tal, en una época de trabas asfixiantes en cualquier área de la vida productiva, y más difícil aún, en la cima del difícil e impenetrable mundo de las películas: Hollywood.
Si algo se destaca en este libro de 172 páginas, aunque quizás el autor no lo planteara de manera expresa, es que María Montez, la llamada Reina del Technicolor, nos colocó de manera positiva en el mapa mundial de la farándula, ingresando a un mundo repleto de dificultades, competencias, envidias y deslealtades, sin abjurar nunca de su dignidad, de su condición de decencia, ni rendirse ante los vicios, las tentaciones y los escándalos provocados en una atmósfera contaminada y contaminante de ese jet set internacional.
A Pablo Clase le atraen estos personajes y se puede decir que como estudioso, como biógrafo plantado desde hace años, esta atracción se ha demostrado con Porfirio Rubirosa, el Play Boy de América, cuyo libro se constituyó entonces en un bestseller, con más de ocho ediciones, y en ese interín no han faltado los imitadores, las sorpresas y los sobresaltos.
El libro que presentamos, una prosa rica, sencilla, de alcance amplio para todos los públicos, está salpicado de tiempos y momentos en los que el autor, además de vaciar sus indagaciones y su propia creencia, no maltrata  a su protagonista, la enaltece, siempre apegado al mejor uso que en materia objetiva observan los biógrafos con una obra que exhibir y que, no dudo en decirlo en cualquier escenario, se trata de un veterano biógrafo con cuyo esfuerzo también pone en alto a nuestra muy querida República Dominicana.
En la elaboración de su libro, cuya primera edición data de 1985, Pablo Clase hurgó en el Archivo General de la Nación y como él mismo establece sostuvo provechosas conversaciones en Madrid y París y se documentó, incluso, en la emblemática Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, lo que deja fuera de toda duda la rigurosidad y la edificación de fuentes confiables que utilizó para dar con un producto que debe considerarse como material de consulta para quienes aspiran a conocer ese mundo que fue, antes y después, la Meca del Cine.

Y es que, es importante destacar que este libro, además de contar episodios trascendentales en la vida de María Montez, nos zambulle en la atmósfera de Hollywod y en la psicología de los productores de empresas tan importantes como la Universal, la RKO, La Twentie Century Fox y cómo en décadas que van de los años 20 hasta los 40, las corrientes posteriores a la Segunda Guerra Mundial sientan el objetivo de mostrar otros rostros, otras historias y otros argumentos que despojen un poco la cultura bélica para ir más al entretenimiento, sin negarse nunca que el mundo de las películas era y es un mundo mercantilista y comercial, un negocio que espera rentabilidad de las producciones.
Hoy que República Dominicana cuenta con un escenario de figuras internacionales del cine, con representantes como Zoe Zaldaña, o Michelle Rodríguez, que han participado en grandes superproducciones, al hacer una reflexión, y Pablo Clase se la plantea, sin hacerlo de manera expresa, el camino no tiene los obstáculos que tenía en aquella época. María Montez fue una mujer exótica que muy temprano en su vida se propuso el objetivo de triunfar en la Meca. Y su propósito fue enfocado, dirigido, dirigido a un triunfo que ella imaginaba y para el cual trabajó. Sabía que su belleza, su talento y su creatividad podían romper los esquemas y se preparó, se distanció de la familia para viajar y cumplir sus sueños. Sobre sus aptitudes, el autor nos refiere:
“Su esbelta figura, su garbo, su exótico tipo de mujer latina y sus bien torneadas piernas le daban todas las ventajas”. Y no es que el autor aborde el asunto desde lo superficial por encima del talento, jamás. María Montez tenía arrojo, era exótica y su perfil de mujer exuberante, era lo que se buscaba en ese mundo de las productoras fílmicas para vadear un poco el aroma de sangre y desgracia que arrojaba la Segunda Guerra Mundial.

“Y en efecto, entrar en Hollywood no le vendría como un regalo del cielo. Ella tendría realmente que conquistarlo, y precisamente, su modo peculiar de hacerlo, sería el mayor catalizador de su triunfo. Muchas mujeres con atractivas condiciones físicas habrían fracasado si tan solo hubieran contado con ellas para triunfar. Hacía falta una iniciativa personal, una voluntad inquebrantable y una sabia prudencia para saber cómo y cuándo había que hacer las cosas. Era necesaria, en este caso específico, una suerte de sagacidad para manejar oportunamente la Psicología de los magnates de Hollywood, e inclinarlos a su favor. Y María tenía una clara idea de los pasos que debía dar para esos fines (pág. 33, una latina para Hollywod).
Y aquí está la diferencia con muchas de las divas del séptimo arte que tuvieron fama universal como Marilyn Monroe, Zsa Zsa Gable  e incluso muchas otras de la actualidad, cuyas vidas han estado matizadas por el escándalo, los vicios, el alcolismo, las drogas, la fragmentación de vidas y hogares y la inestabilidad emocional. La María Montez que retrata Pablo Clase Hijo en este libro de Editorial Santuario, es una mujer de una personalidad determinante y apasionada, que conocía los alcances de su belleza y cómo articularla para acercarse a los productores, a la gente de influencia, en la construcción de un círculo de amistades con conexiones para ayudarla, en el uso de los medios de comunicación, de los reporteros y de los fotógrafos para construirse una imagen, pero, hasta el momento se desconoce que traspasara las fronteras de la honestidad, del pudor, de las propuestas indecentes para el logro de esos objetivos.
El libro de Pablo Clase está estructurado de una manera que el lector entiende. María Montez fue la reina del Technicolor, fue visualmente una diva de la filmografía de esos años de ebullición, y su sueño era convertirse en una gran actriz. Los papeles en los que la encorsetaron la convirtieron en una estrella, pero hay diferencias estructurales entre una actriz y una estrella y María Montez lo fue todo, un emblema que se autodefinió de “sexy” pero buena chica, lo que nunca llegó a ser fue una gran actriz. Tenía limitaciones y sus productores lo sabían.
Mientras todo un pueblo la seguía, todo un continente lanzaba loas y la admiraba, los críticos especializados fueron crueles con ella. Es bueno escuchar la reflexión que al respecto hace Pablo Clase Hijo:
“Quizás los críticos de cine nunca disfrutaron del encanto de María Montez. Se lo perdieron, por andar buscando todo el tiempo una buena actriz. Ese fue su error. El fenómeno María Montez no se produjo por causa de su excelencia como actriz, sino por su mágica presencia cinematográfica. Vistas las cosas así, decir que era una actriz equivalía a limitarla, a disminuir su misterio, porque a fin de cuenta lo que causó revuelo fue su fascinante figura. El público no iba a las salas de cine detrás de una sofisticada obra de arte, sencillamente buscaba una evasión. Era algo intuitivo, no intelectual (El brillo de una estrella, pág. 168).
Hay un capítulo de este libro que el lector deberá buscar de manera determinada, es el titulado “La otra cara de María Montez”, que la aleja de la suntuosidad espectacular de la diva de extraordinaria presencia escénica de The Raiders of the Desert, Moonlight in Hawai, South of Tahití, Bombay Clipper, Arabian Nights,  y Alí Babá and the Forty Thieves, para situarla en el aspecto humano, la mujer hogareña, sencilla.
“La verdadera María era inteligente, estudiaba Teología y poseía inclinaciones literarias”.
En muchas formas admito que no puedo ser objetivo. Sobre Pablo Clase, puedo decir que a lo largo de los años he seguido su trayectoria. Me he formado leyendo “Figuras de este mundo”, su emblemática columna de Listín Diario, nuestras conversaciones han sido verdaderos laboratorios de aprendizaje. Y este libro es una invitación a conocer de cerca a María Montez. Pero a conocerla a profundidad y como dije anteriormente, abstraer la lección que queda de todo esto, se trató de alguien que construyó una historia, su propia historia y qué bueno que Pablo Clase y Santuario han unido esfuerzos para llevarnos a ella.
Este libro nos aproxima a la vida real de la estrella de Hollywood que salió plena de ilusiones de su natal Barahona y al construir la montaña de su fama nunca olvidó sus raíces. Este libro nos presenta una historia bien escrita desde la más pura diafanidad de la Literatura. Pablo Clase ha puesto empeño en construir una obra profunda, pero asequible. Quien abreve de estas aguas, no quedará sediento. Solo me resta agradecer a Santuario y a su protagonista, Isael Pérez, fajador literario, por el honor de darme la presentación de este libro de hoy y de siempre.


Muchas Gracias


miércoles, 30 de mayo de 2012

Textos Berlineses de Fernando Ureña Rib



Palabras pronunciadas por el novelista y crítico Roberto Marcallé Abreu en la puesta en circulación del libro Textos Berlineses de Fernando Ureña Rib en el Salón de Cultura de la Universidad APEC el 24 de mayo 2012 .

Cuando concluí la lectura de Textos Berlineses de Fernando Ureña Rib y aún conmovido por ese universo mágico que instauran las palabras, su latir incesante y apasionado como un inmenso corazón que nunca se detiene, debo confesar, con absoluta sinceridad, que me sentí maravillado.

Entonces, por mi mente transcurrieron numerosas ideas. Pensé en la forma prodigiosa como Julio Cortázar escogía y elaboraba sus temas, desde Rayuela hasta Todos los fuegos el fuego. Pensé en el estilo alucinante en que Jorge Luis Borges recreaba y resolvía los grandes enigmas universales en historias como El Inmortal y Funes el memorioso.

No obstante, en el silencio y la soledad de mi estudio, el nombre de un autor que ocupó un lugar importante en nuestra existencia en las décadas de los sesenta y los setenta, se materializó desde la nada, se ubicó frente a mis ojos y entonces ya no quiso salir más de nuestro ángulo de visión.

Giovanni Papini, me dije. Pensé en el impulsivo escritor italiano, en su postura iconoclasta, en el hecho de que atesoraba una cultura excepcional que alumbró libros eternos como ese dechado de meditación que es su Historia de Cristo. Por mi mente discurrió aquel ensayo implacable titulado El crepúsculo de los filósofos, en el que Papini se propuso derrocar de sus tronos particulares a pensadores como Hegel, Heidegger, Spencer, Schopenhauer, a Emmanuel Kant, exponiendo aspectos contradictorios que a su juicio representaban incoherencias imperdonables en sus sistemas e ideaciones sobre la realidad última de la existencia.
La agobiante presencia del pensador italiano me condujo a una de sus más contradictorias e inolvidables creaciones. Me refiero a ese personaje que él bautizó con el nombre de Gog.

Ciertamente, Gog, era un oscuro y misterioso individuo dotado de una curiosidad insaciable. Papini lo describe como un ser que no parecía de este mundo por sus rasgos físicos tan fuera de lo ordinario. Políglota, dotado de una inteligencia sobrehumana y señor de una fortuna infinita, su principal ocupación, hasta donde se sabe, era trasladarse incansablemente de un país a otro, de un continente a uno más lejano.
Sólo que sus viajes no eran inocentes o meras distracciones. Porque Gog se desplazaba a esos lugares, muchos de ellos inaccesibles, con un único propósito: conversar con los hombres vivos más notables de la época, con el propósito de recibir de ellos la luz cegadora de sus ideas, saber de sus amores y malquerencias, constatar sus dudas y resabios.



Estos singulares encuentros se traducían a la vez en historias escabrosas y ejercicios mentales fabulosos, casi siempre matizados por ese sentimiento trágico de la vida de que nos hablaba el pensador español Miguel de Unamuno.

En sus afligidos paseos y entrevistas, Gog tropieza con un mundo de mujeres y hombres raros e impredecibles, casi siempre zarandeados de manera inmisericorde por el destino o por realidades que los superan y contra las cuales se muestran temerosos, abatidos e impotentes. No hay lugar en esos personajes para el desafío o la rebelión que de todas maneras consideran inútiles. Su amarga aceptación es un gesto desbordado por la tristeza y por las dudas.Tan pronto pensé en Papini, en sus personajes, en su peculiar manera de crear ficciones, me sentí en la necesidad de establecer un vínculo con los Textos Berlineses de Fernando Ureña Rib.

Por muchas razones. Principalmente, por esa búsqueda eterna de los abismos de la condición humana que puntualizan sus historias, por esa curiosidad insaciable que se evidencia en sus personajes, por esa infinita sensación de desamparo y muchas veces de infelicidad resignada. Por sus vidas marchitas.

Me viene también a la memoria aquel escritor y crítico inglés del siglo dieciocho, Joseph Addison al que, poco a poco, van cubriendo las brumas del olvido. En un voluminoso ejercicio enciclopédico editado bajo la dirección de Carlos Gispert, se califica a Addison como “ensayista y divulgador”. A su autoría se atribuye la creación de textos literarios que estaban en consonancia con un público, una sensibilidad y unos patrones realmente innovadores para su época.

El estilo de Addison, se revela, “es elegante, claro y preciso”. Su prosa, “es un exponente de lenguaje cultivado, de gusto racional, sutil y decoroso.” Para Gispert, el escritor inglés es “un modelo de lector mesurado y sensible observador de la naturaleza y las artes en el cual se reconocieron las nuevas capas sociales del siglo XIX”.

Viene al caso recordar estos pormenores antes de incursionar en los Textos Berlineses de Fernando Ureña Rib. De estos he de decir que, en la medida en que avanzaba en su lectura, sentía el anhelo, la sed no saciada y la gran curiosidad de seguir escudriñando sus interioridades y desenlaces. Descubrí, como un golpe de ola, una manera culta, elegante y refinada en el manejo del idioma en el que trasciende el íntimo conocimiento de los valores clásicos y sus afanes de universalidad. Descubrí una galería inacabable de seres humanos en una pírrica lucha con una realidad avasallante y un impertérrito e inconmovible destino. Descubrí al pensador que observa intranquilo el devenir del tiempo y la grandeza y el horror de las pasiones humanas.



En el texto Ventanas, para citar un ejemplo, se percibe cuanto ocurre como una escena en la que el narrador va depositando y relacionando los detalles con escrupuloso cuidado hasta conformar una atmósfera en la que se conjugan la sorpresa, una amarga aprensión, una callada angustia: “Cuando desperté”, nos dice, “las puertas y ventanas de la casas habían cambiado”. “Las ventanas del sur se abrían a un paisaje verde y luminoso”. (…) “Grandes multitudes sacudían los brazos, agitaban pancartas, vociferaban y arrastraban sus muertos por el desierto calcinante”. “A orillas del Ganges y del Yangtzé se lavaban las sedas con las que todos se vestían de alegres y vistosos colores”.

En el texto que nuestro autor nombró Muro, el lector siente el vértigo de la nostalgia y el acoso sistemático de la memoria: “Las imágenes me visitan siempre hacia el amanecer. Me veo caminando en un pueblo extraño y antiguo, por callejuelas empedradas, polvorientas y estrechas”. En El paseo, Ureña Rib se sitúa en una óptica en apariencia irreverente al referirse a los milagros de Jesús. Pero no hay tal irreverencia. Es la historia del genio humano colocando los ladrillos de la razón y la ciencia en lo que en su momento parecían misterios indescifrables.

Juan le pregunta a Jesús: “¿Por qué no aprovechas para curar algunos ciegos y leprosos?” Y el hijo de Dios le responde: “No ha llegado mi hora, Juan”. Juan insiste: “Quiero saber cómo realizas esos milagros y estar seguro de que no es magia o brujería”. Jesús le dice entonces: “¿Ves a ese leproso? Pondré las manos en su cabeza y restableceré su sistema celular y linfático hasta el momento anterior al advenimiento de la enfermedad. Si hacen cambios en sus vidas, las personas a quienes sano, pueden vivir muchos años adicionales”.

“Todo está escrito en la célula madre, Juan” dice Jesús. “El resto es cuestión de logaritmos y transmisión de energía. Vendrá un día en que los hombres también podrán leer esa información y hacer milagros”. La historia termina con una sentencia deslumbrante. “Todos los hombres tienen fe. No todos tienen amor. El pecado que aniquila y pudre a los hombres es la falta de amor”.

Los Textos Berlineses son como una de las pinturas del autor plasmadas con paciencia infinita, con una esforzada obsesión por la belleza y el misterio. De ahí la conjunción de detalles, matices y el logro de maravillosos efectos en el manejo diestro de la iluminación.

Beatriz M. Ingram decía que las pinturas de Fernando Ureña Rib “nos seducen tanto por sus imágenes orgánicas como por sus vívidos colores. El rojo vibra con azules y verdes, el ocre se hace oro y las líneas se reiteran en un ritmo de stacatto”.

Ingram nos habla de “mujeres que surgen del selvático follaje tropical. Mujeres que caminan en un mar de yerbas y las curvas de sus espaldas se hacen eco en sus hondas sinuosas. ¿Crecen ellas de la envolvente naturaleza o son absorbidas por ella?”

Es esa preocupación pertinaz que uno siente en un texto como Caminata donde se nos refiere a un “señor Balandrín”, que el escritor describe como “un hombre ilustre, metódico e hipocondríaco” y que, además, “se hizo adicto, desde hace años, a los tratamientos homeopáticos”. Es este sujeto quién procura aislarse del mundo, centrarse en su propio yo y sus menesteres particulares ignorando que toda la vida es la vida y que nadie está libre de sus circunstancias.

“Durante dos horas, Balandrín llenaba sus pulmones de aire puro, entre orquídeas, helechos, araucarias y palmas africanas”. “Afuera”, prosigue, “la ciudad había ido creciendo de manera exorbitante, cundía el crimen y la violencia y los conductores se habían hecho más insensatos, agresivos e intransigentes”. Es en medio de este caos que el señor Balandrín, tontamente, pierde la vida.

La mirada social se inserta en los textos de manera reiterativa y sutil, obligándonos a tomar partido. Mientras Fernando Ureña Rib recrea sus mundos de fábula no deja de tener presente el contexto y la decisiva y terminante influencia de cuanto ocurre y nos rodea. Es lo que apreciamos en el relato titulado Congreso de Antropología cuando se nos dice que “hoy, los pueblos están moviéndose, luego de anquilosarse. Porque las cosas no marcharon hacia aquella elusiva mejoría que nos prometieron comunistas y capitalistas”.
“La tendencia en este globo de ensayo es a decaer” dice a continuación. “El ser humano degenera. Sus líderes mundiales dan lástima. Por suerte, los pueblos se mueven. Por eso hay razón para tener esperanza en que la creación continúe, con pequeños aportes éticos y morales que nos conduzcan a ser verdaderamente humanos”.

Entiendo que mis palabras son insuficientes para abarcar en toda su intensidad estos Textos Berlineses. Debería, con ejemplos, hablar del uso del realismo mágico, como en el relato Secretos, debería referirme con más detalle a esta imaginación refinada y prolífica, debería hablar de la impredecible descripción de la condición humana moldeada por los espantos de la vida en la narración titulada Ana y los peces gordos o el reencuentro con Borges y el Stephen Hawking de “El gran diseño” que adivino en los trabajos Mundos paralelos y Números.

T. S. Eliot decía de James Thurber, autor de “El ciervo blanco”, “Los trece relojes” y “La vida secreta de Walter Mitty” que “su prosa y dibujos representaban una forma de humor que es una manera de decir algo serio”.

“No se trata de crítica de las costumbres, sino de algo más profundo. Sus escritos y también sus ilustraciones son capaces de sobrevivir al medio ambiente y al tiempo del cual emergen. En cierta medida serán un documento de la época a la que pertenecen”.
El mismo Thurbe hablando de sus prácticas en el oficio señalaba que el acto de escribir es una de dos cosas: “O algo que el escritor ve con temor o algo que en realidad le da gusto”.

Encuentro en Fernando Ureña Rib un escritor de estos tiempos, agobiado por una realidad que con frecuencia le parece irracional y misteriosa, sorprendente y compleja. Preocupado siempre por el rumbo por el que ve marchar al ser humano. Sus palabras nos dicen de manera categórica que la manera de librarnos de la tragedia es con el amor, con la toma de conciencia, con el conocimiento, con la búsqueda incansable de la belleza, el bien y la justicia.

Su libro, es un texto admirable, colmado de escenas y personajes maravillosos y deslumbrantes, que nos obligan a reflexionar sobre nuestro destino, el destino colectivo, el destino de la humanidad.

Debo referirme finalmente a una de sus historias que me dejó profundamente conmovido. Yo diría, aunque parezcan solo palabras y no lo son, que esa historia aceleró los latidos de mi corazón y me sumió en una meditación profunda. Me costó dejar el asiento porque cuanto voy a contarles me exigió hacer un examen de conciencia de mi propia vida. Apenas tiene seis líneas y nuestro escritor la tituló Sin reproches. Dice así: “Harto de desamores y abandonos, un hombre hace una cita con una prostituta en un motel de playa. Descubre que el motel ha sido demolido y que quien le espera entre los escombros es su propia hija. Caminan tristes y abrazados lo largo de la playa. Él le dice: “Nunca debí perder tu amor”. Ella responde: “Hoy lo has ganado”. Muchas gracias.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Homenaje a Carlos Fuentes

El escritor y diplomático Carlos Fuentes conversa con el presidente de Editorial Santuario, Sr. Isael Pérez. Observa el Ministro de Cultura, señor  José Rafael Lantigua.


SANTO DOMINGO, 16 may (Xinhua) -- El presidente dominicano Leonel Fernández lamentó hoy la muerte del notable escritor mexicano Carlos Fuentes, al tiempo que expresó sus condolencias al gobierno y al pueblo de México por el deceso del intelectual.

En una carta enviada al embajador de México en República Dominicana, José Ignacio Piña Rojas, el mandatario dijo que Fuentes no sólo se convirtió en un extraordinario escritor por sus aportes a la literatura, sino que fue considerado un ciudadano del mundo por sus desvelos por la problemática social y política.

"Extiendo a su gobierno y al pueblo mexicano el más profundo pesar de la sociedad dominicana por la muerte de una de las glorias de la literatura latinoamericana y mundial, don Carlos Fuentes Macías", señaló el mandatario.

Fernández recordó la visita que Fuentes hizo al país en 2010 con motivo de la Xlll Feria Internacional del Libro, evento que el gobierno aprovechó para conceder al escritor mexicano la Orden del Mérito de Duarte, Sánchez y Mella en el grado de Comendador, una de las máximas condecoraciones que otorga el Estado dominicano.

"Su grandeza como escritor se descubre en su prolífera obra literaria que permite a las nuevas generaciones conectar con una prosa elegante, llena de historias y matices, que le hacen merecedor del respeto, aprecio y recordación eterna", agregó el mandatario.

El ministro dominicano de Cultura, José Rafael Lantigua, expresó también su pesar por la muerte del intelectual.

"Su obra novelística, amplia, diversa y llena de historias y matices muy propios que signaron su estilo y colocaron ribetes de oro a su nombradía literaria, fundó una expresión y una trayectoria que le hicieron merecedor del reconocimiento universal", señaló Lantigua.

Fuentes, autor de "La muerte de Artemio Cruz" y "La región más transparente", murió este martes a los 83 años de edad en un hospital del sur de la Ciudad de México.

Nacido en 1928 y considerado uno de los intelectuales más influyentes del México del siglo XX, Fuentes llevó a cabo una vasta obra que incluye novelas, cuentos, teatro y ensayo.

Por su labor literaria, el escritor mexicano recibió, entre otros, el Premio Biblioteca Breve 1967 por "Cambio de piel", el Premio Rómulo Gallegos por "Terra nostra", el Premio Cervantes en 1987 y el Premio Príncipe de Asturias en 1994.
http://spanish.peopledaily.com.cn/92122/7819355.html

miércoles, 18 de abril de 2012

Conversatorio sobre el libro Memorias de la Señora

de Carmen Imbert-Brugal
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 Como no te tengo, te imagino en deseo, sólo sensación y gusto, sólo paso de espuma y arena./ Por no tenerte te siento, te huelo, disfrutando el olor que inventé para ti./Como no te tengo, te he querido en cada esquina, te he acariciado, conozco tu rostro de placer, tu ansiedad./Como no te tengo, estoy contigo siempre y te he amado tantas veces que mi rubor te sorprende cuando nos vemos.

Carmen Imbert-Brugal, Memorias de la Señora (Fragmento)



Para unirse a las festividades de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo 2012 y con el inicio de la primavera, la Editorial Santuario realizará un Conversatorio sobre el libro Memorias de la Señora (Colección de Relatos) de la escritora Carmen Imbert-Brugal.

Memorias de la Señora es una edición canónica Conmemorativa de los Dieciséis Años de la Primera Edición de la novela Distinguida Señora de Carmen Imbert-Brugal, y consta de una selección de veinticinco relatos breves que invitan al placer de la lectura, narrados desde el desencuentro, la memoria confesional, el abandono, la renuncia y la fragmentación que la sociedad impone al sujeto femenino.

Imbert-Brugal tiende a cambiar ese destino, subvirtiendo el discurso que condena a la mujer en su rol de domesticidad, resquebrajando la obediencia, interrogando a los refugios afectivos, recomponiendo los cristales dispersos de esa mirada –metáfora de la inconsciencia- a la cual se aferran muchas que no descubren su sentido de pertenencia en el mundo.

En veinticinco relatos de mujeres y sobre mujeres la narradora nos hace viajar con sus protagonistas por la insularidad del Caribe; nos trae y nos lleva por las orillas de una triangularidad de un escenario desde el cual las mujeres se hacen a la mar, en entre San Juan, Varadero y Santo Domingo para confesarse y encontrar el eslabón de esa cultura patriarcal que impone distorsiones a su voz, a su cuerpo, a sus manos y a su pensamiento.

El Conversatorio contará con la participación especial de las críticas literarias Wanda Cosme Montalvo, M.A., de la Universidad de Puerto Rico en Bayamón, Sheila Barrios Rosario, Ph. D., de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Ponce, el próximo viernes 20 de abril, a las 6.30 de la tarde, en el emblemático Foro “Pedro Mir” de la Librería Cuesta, sito Av. 27 de Febrero, esquina Av. Abraham Lincoln.

Carmen Imbert-Brugal es una representativa escritora dominicana de la generación de los ‘80. Su primera novela es Distinguida señora (Editora Amigo del Hogar, 1995). La Editorial Norma, en su colección “La Otra Orilla”, ha publicado dos novelas suyas: Volver al frío (2003) y Sueños de Salitre (2004).

A través del ejercicio de la palabra y, por ende, de su labor intelectual, así como por su larga trayectoria en los medios de comunicación (en la prensa escrita, televisión y radio) Imbert-Brugal ha contribuido a configurar espacios de opinión pública alternativos para provocar la reflexión y el debate sobre política, cambios sociales, legislación, gobernabilidad, derechos humanos, feminismo y género, evaluaciones críticas al status quo, al establishment, y prácticas discriminatorias que resquebrajan la libertad individual y la justicia, para hacer emerger desde una filosofía de la diversidad nuevas miradas e identidades en las interacciones sujetos/poder/ Estado/ciudadanía.

Imbert-Brugal actualmente es Productora y Conductora del programa radial “Matutino Alternativo” y de TV “Metrópolis”. Importantes revistas y periódicos nacionales han publicado sus artículos y ensayos sobre diversos temas.

Wanda Cosme Montalvo se ha desempeñado como crítica literaria, reseñista, editora y correctora de varias editoriales de Puerto Rico. Desde el 2000 hasta el 2006 ejerció como comentarista y crítica de libros para el periódico Diálogo de la Universidad de Puerto Rico. En el 2005 fue la comentarista de libros del programa cultural Cultura Viva que se transmite por WIPR, Canal 6.

Ha realizado diversos trabajos académicos principalmente sobre mujeres escritoras latinoamericanas. En el 2007 publicó con la Editorial Isla Negra el libro Nuevas coordenadas de la literatura puertorriqueña. Este libro fue premiado por el Pen Club de Puerto en el Género Ensayo. Ha colaborado con el Departamento de Educación de Puerto Rico, a través de la Universidad de Puerto Rico, ofreciendo talleres de formación y Educación Continua a maestros y maestras de español del sistema público de enseñanza del país.

La Profesora Cosme hizo un Bachillerato en Estudios Hispánicos en la Universidad de Puerto Rico, Río Piedras, y una maestría en Literatura Española en New York University en Madrid. Actualmente completa un doctorado en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras. Ha sido profesora de Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Puerto Rico, recintos de Río Piedras y Carolina, y en la Universidad Sagrado Corazón. Actualmente enseña en el Departamento de Español de la UPR en Bayamón.

Sheila Barrios Rosario nació y se crió en la Comunidad La Dolores en Río Grande, Puerto Rico. Posee un doctorado en Literatura Puertorriqueña y el Caribe del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, San Juan. Su tesis doctoral se centró en la narrativa de Hilma Contreras, una de las columnas fundacionales del cuento dominicano del siglo XX. Cuenta con 15 años de experiencia como profesora de español y de literatura en diversos centros universitarios.

Ha publicado los textos escolares: Idioma y fantasías, con la Editorial Norma en el 2008; Manual de Tutorías, para el Departamento de Educación de PR en el 2008; y un estudio preliminar a la edición de La carnada de Hilma Contreras, publicada en el 2007 en Santo Domingo.

Además ha colaborado con artículos de periódicos en y fuera de Puerto Rico, al igual que con las revistas literarias Cuadrivium del Departamento de Español de la UPR en Humacao, y Ceiba de la UPR en Ponce. Actualmente reside en Ponce y labora como Catedrática Auxiliar del Departamento de Español de la Universidad de Puerto Rico en esa misma ciudad.


Santo Domingo, República Dominicana.

15 de abril de 2012

viernes, 16 de marzo de 2012

AUTOR: JIT MANUEL CASTILLO



EDITORIAL SANTUARIO 

se complace en invitarles a la puesta en circulación del libro 

JUDAS IZCARIOTES

del autor

JIT MANUEL CASTILLO

la presentación de la obra estará a cargo del autor

ANDRÉS L. MATEO.


Fecha: Lunes 19 de Marzo
Lugar: Libreria Cuesta, 27 de Febrero, esq. Abraham Lincoln
Hora: 6:30 PM puntual





jueves, 8 de marzo de 2012

EL MUNDO COMO PINTURA DIVINA


(Juan Carlos Mieses entrevista al pintor Daniel Infante)

JUAN CARLOS MIESES. Primero, Daniel, una pregunta que luce sencilla, pero que presiento es fundamental y quizá difícil de responder porque como escritor sé que un artista tiende a definirse por medio de su obra y su obra siempre está en perpetua evolución como todo lo que existe debajo el cielo y sobre él. ¿Qué es un pintor?

DANIEL INFANTE. Un pintor, para mí, es alguien que asume una postura de creador, gestando y dando a luz, valiéndose de la pintura, un universo en el que comienza siendo centro y eje impulsador del mismo. Una idea estética que siempre me ha gustado y que podría ayudar a entender el rol que asume el pintor es la idea del Deus Pictor (Dios Pintor) refiriéndose a la exaltación formal y cromática de la naturaleza y concepción del mundo como pintura divina. Dios se convierte en el gran maestro cuyos secretos el pintor debe descubrir y emular. Así el pintor asume la postura de creador, papel que desempeña imitando a Dios en la tarea de crear las cosas.

JUAN CARLOS MIESES. He notado que la visión de la realidad que refleja tu pintura ha sufrido variaciones en el curso de los últimos años. ¿Esas variaciones se han producido de una manera sosegada o son el resultado de una fuerte lucha interior?

DANIEL INFANTE. La evolución en mi trabajo es producto de una experimentación constante y de un cambio también constante en la manera de percibir las cosas. Varios estetas han coincidido en la teoría de que las verdaderas y mas bellas creaciones artísticas son producto de un conflicto-conciliación de contrarios. Yo personalente me sumo a esta idea estética trágica y creo que mi trabajo tiene mucho de esto. Por eso te diría que a lo largo de los años ha habido momentos o pasajes en la trayectoria de mi creación pictórica en los que la lucha interior ha estado presente de manera dramática y en otros momentos las cosas siemplemente han fluido de manera mas tranquila.

JUAN CARLOS MIESES. Así como el lecho de un río cambia constantemente a causa del paso de las aguas, así los acontecimientos y las experiencias nos hacen reformular a cada momento nuestra definición como ser humano. Sé que la pregunta es demasiado ambiciosa, pero ¿cuáles elementos, en lo social o en lo personal, son los que provocan, fundamentalmente, tu evolución como pintor y como persona?



DANIEL INFANTE. Creo que algo de suma importancia para mi evolución tanto en lo humano como en lo artístico es primeramente el amor o el gusto por la vida. Creo que ese pensamiento está presente en todas mis decisiones como artista. La familia es un elemento importantísimo, así como la necesidad de experimentar la belleza y el placer como forma de “temperar” la realidad. Elementos como la literatura y la música son de vital importancia para la evolución en mi obra.

JUAN CARLOS MIESES. ¿Cuál es tu relación con la naturaleza como punto de partida de la creación?

DANIEL INFANTE. Pienso en la naturaleza como una fuerza absoluta de la cual trato de ser auxiliar, es decir, ir a su lado conociendo y respetando su poder, relacionándome con ella de una manera conveniente y enriquecedora para ambas partes. Creo que la naturaleza es una totalidad caótica que yo, como pintor, ordeno, compongo y realzo algunos de sus elementos para lograr mis objetivos artísticos.

JUAN CARLOS MIESES. La manía de crear un sustantivo que englobe una serie de artistas que de alguna manera tienen algunos aspectos en común, parece ser una constante en el mundo académico, sobre todo en los críticos. ¿Qué representan para ti los movimientos pictóricos? ¿Te inscribes en algunos de ellos?

DANIEL INFANTE. Desde el comienzo de mi carrera siempre he admirado a varios artistas y varios movimientos pictóricos. La Avant-garde europea de principios del siglo veinte con el surgimiento del modernismo después del romanticismo es una fuente de la que he bebido bastante. Las obras de artistas como Kirchner, Matisse, Picasso o De Kooning me han abierto puertas en la Pintura. Algunos entendidos me han encuadrado como pintor Expresionista o Fauvista, movimientos de los cuales tengo bastante influencia y de los que he tratado de realizar una relectura contemporánea tomando elementos de estas corrientes artísticas para adaptarlos a un lenguaje actual. Veo los movimientos pictóricos como un léxico del cual el pintor se apoya para lograr transimitir su mensaje artístico o crear su pintura.



JUAN CARLOS MIESES. Dices, refiriéndote al pintor con respecto a su arte: “un universo en el que comienza siendo centro y eje impulsador del mismo” y pones en movimiento una serie de sugerencias de órbitas y evoluciones. Hablas del pintor como un creador, y yo me pregunto, ¿tienes en algún momento la impresión –como les sucede a los escritores con sus personajes – que algunos elementos de la pintura toman vida propia y se imponen al cuadro, por encima de la voluntad o la intención original del artista?

DANIEL INFANTE. Creo que sí, más que creador el pintor interviene como medio para cristalizar elementos sobre cuales no tendrá ningún dominio luego de ser plasmados sobre la tela, papel o cual sea el soporte. Por eso te digo que el pintor crea un universo del que comienza siendo el centro. Sólo por un momento inicial es el eje impulsador para luego convertirse en un elemento más: pasa a un plano secundario y ve como se va diluyendo su poder sobre lo creado. Cuando entiende esto, la dinámica de pintar se convierte en una especie de drama en el que el pintor con curiosidad y expectativa va develando el desenlace.

JUAN CARLOS MIESES. Decía Nietzsche, hablando de la literatura, que en cualquier página de un libro se puede encontrar un pedazo de autobiografía. ¿Crees que tu pintura deja traslucir de alguna manera tu intimidad?

DANIEL INFANTE. Me parece que sí, tanto la forma de hacer como el contenido de lo que se representa ofrece al público que sabe buscar, pistas sobre la forma de ser, vivencias e intereses del artista, y me parece que es especialmente cierto en la pintura ya que ésta ha estado directamente en contacto con la mano del pintor. Si observas con calma mí pintura, el trazo, la sensibilidad para el color, las formas, la perspectiva, la composición, etc., tendrás una idea clara sobre mí, mis experiencias, emociones, pensamientos y sensaciones.

JUAN CARLOS MIESES. Parece que algunos escultores que trabajan con la piedra tienen la impresión, no de transformar un bloque de mármol en una figura humana, por ejemplo, sino la de “desnudar” la piedra, convirtiendo de esa manera el acto artístico en un descubrimiento más que en una creación. ¿Has tenido alguna vez una impresión parecida?

DANIEL INFANTE. En efecto, pienso que hay pinturas que produzco encontrando o haciendo aparecer la imagen a partir de las formas y manchas de color, a fuerza de limpiar el lienzo o de ir quitando lo que sobra, trabajando de una manera negativa, muchas veces sin ninguna idea de lo que estoy haciendo, sólo confirmando la visión que se va formando. Como tú mencionas, el acto artístico se convierte en un descubrimiento o un develamiento de la verdad, en el que se conoce la realidad y se expresan las ideas en un ámbito superior.



JUAN CARLOS MIESES. Como los escultores que trabajan las sombras gracias a la luz y que a veces parecen modelar el vacío por medio de la materia, he notado que en ocasiones anulas la perspectiva en tus cuadros y tengo la impresión que la descartas como si desearas expresarte únicamente gracias al color o a cualquier otro de los mecanismos de tu oficio. ¿Es el tratamiento que le das a la perspectiva una manera indirecta de trabajarla por medio de su ausencia?

DANIEL INFANTE. Los cubistas en su tiempo, crearon una manera diferente de ver al colocar el espectador en múltiples puntos de vista en el mismo momento, jugando con el tiempo y el espacio, o tal vez suprimiéndolos.... El objeto sigue siendo uno y el sujeto se multiplica dándole un vuelco irreversible a la realidad. Por otro lado, los fovistas replicaron: todo es color, desde donde y cuando sea que se mire el objeto lo importante es el pathos y la sustancia, inducidos por el carácter cromático de la pintura que definirá al mismo tiempo la percepción del objeto. Conociendo estas cuestiones realizo mis experimentos de perspectiva o ausencia de ella, talvez como forma no tanto de representar la realidad sino de confrontarla con la obra de arte, sometiendo la pintura sin perspectiva a la percepción del espectador, lo que crea un juego de reflexiones. Al tiempo que procuro darle protagonismo a la sustancia cromática, resolviendo el espacio y la atmósfera por medio del color.

JUAN CARLOS MIESES. Podemos hablar del mar o de alguna lejana galaxia, podemos pintar un paisaje desierto o un animal en el bosque, pero siempre de alguna manera estamos hablando y pintando una parte del hombre. ¿Cuál es la parte del ser humano que está presente detrás de tu iconografía? ¿Y fundamentalmente, ese ser humano eres tú? ¿O es el otro?



DANIEL INFANTE. Creo que en mi pintura están representadas las imágenes tanto del hombre terrenal cuanto del ser humano divino. Por momentos conseguimos elevarnos y contemplar lo divino pero más que nada estamos en contacto con los elementos de la tierra. Siempre me ha gustado la solución de los antiguos Griegos a la cuestión de la divinidad, en la que existen las deidades olímpicas que viven en el cielo y respiran el éter (Apolo, Zeus, Atenea) y las telúricas que viven en la tierra , disfrutan de grandes fiestas y consumen grandes cantidades de vino (Baco, Deméter). Por esto me complacería pensar que mis imágenes contienen la semejanza de ambos tipos de hombres divinos, el olímpico y el terrenal. Dos seres humanos totalmente diferentes y que habitan en lugares totalmente distintos, pero ambos divinos.
Por otro lado, pienso que tanto el yo como el otro forman parte de mi obra. Si en el mundo como representación el sujeto representa al objeto, entonces cuando intento representar mi entorno estoy representando mi percepción de éste por lo que me represento a mí mismo y mi forma de verlo. Sin él yo no hay pintura. Luego cuando entra en juego el espectador y se confronta con el carácter abierto que tiene mi obra en el que la perspectiva y la composición tienen un papel importante, se crea un juego de reflexiones en el que la percepción de otro termina el trabajo de construcción de la imagen, reconociéndose, y a partir de ese momento, entra a formar parte de la pintura.